Jueves, 12
de mayo de 2005
Nostalgia
soviética
Francisco
Cabrillo
La
gaceta de los negocios
Los
actos celebrados la semana pasada en la plaza Roja de Moscú, además
de constituir un canto al nacionalismo ruso, han mostrado una vez
más esa nostalgia de los años en que la antigua Unión Soviética era
una gran potencia mundial que parece arraigar en mucha gente en ese
país.
Tal hecho es, cuando menos, preocupante. Con esta actitud se
está falseando la historia de una manera sorprendente, y no sólo en
la propia Rusia. La imagen del camarada Stalin como un heroico
luchador en defensa del mundo libre no responde en absoluto a la
realidad; y resulta, además, repulsiva y constituye una ofensa grave
para los millones de personas que fueron asesinadas, a lo largo de
muchos años, por el dictador. Y el intento de presentar como una
“liberación” la ocupación y la brutal represión, cercana al
genocidio, que aplicó el gobierno soviético a los estados bálticos
alcanza un grado de hipocresía realmente increíble, que explica
perfectamente por qué los gobiernos de Estonia y Lituania se negaron
a enviar representantes al espectáculo de Moscú. Las matanzas de
campesinos, los campos de concentración de Siberia o el régimen de
terror en el que Rusia vivió durante tanto tiempo parecen haberse
olvidado y se prefiere no recordar demasiado a quienes fueron sus
víctimas.
Tras la Segunda Guerra Mundial, y con la complicidad de las
potencias occidentales, muchos millones de personas quedaron
sometidas a uno de los sistemas más crueles y absurdos que ha
conocido la historia. Y esto significó para ellas no sólo vivir bajo
el gobierno de partidos que despreciaban los derechos básicos de
cualquier persona. Tuvo también el efecto de arruinar a algunos
países que, antes de la guerra, tenían unas economías bastante
prósperas y unos niveles de desarrollo muy aceptables. No era éste
ciertamente el caso de todos las naciones ocupadas; pero sí de
algunas como la antigua Alemania Oriental o la actual República
Checa, que están todavía lejos de haberse recuperado de los efectos
de más de 40 años de economía socialista.
No es una novedad presentar la revolución de 1917 de una
forma que tiene bastante poco que ver con la realidad. En la
interpretación más conocida, Lenin y los comunistas se sublevaron
contra un régimen autocrático encabezado por el zar. Esto es, sin
embargo, una completa falsedad. Contra quienes se levantó en armas
el Partido Comunista fue contra el intento de establecer en Rusia
una república democrática. Cuando Lenin tomó el poder, el zar había
sido ya depuesto y no era, por tanto, el enemigo a combatir por los
bolcheviques. Con el golpe de mano lo que se consiguió fue lograr el
poder absoluto y barrer, desde el primer momento, cualquier
oposición al futuro gobierno comunista.
Tampoco es verdad la imagen que suele darse de la economía
del país. Rusia era, ciertamente, un país atrasado en comparación
con otras naciones europeas. Pero estaba lejos de tener esa economía
casi exclusivamente agraria y semifeudal que, a menudo, se nos
presenta. Los grandes planes quinquenales soviéticos, que durante
mucho tiempo fueron considerados como un modelo a seguir por muchos
economistas y políticos, supusieron, en realidad, un esfuerzo
terrible para millones de ciudadanos rusos. Y lo que se consiguió
podría haberse logrado de una manera mucho más eficiente, y mucho
menos cruel, si el país hubiera seguido los patrones de
industrialización habituales en otras economías europeas.
Durante años fue tema habitual de debate entre los
economistas el valor real de las cifras de la economía soviética.
Cuando, desde organizaciones internacionales, se cuestionaban los
datos oficiales, la respuesta soviética era siempre que, por culpa
de las presiones de Estados Unidos, se estaban minusvalorando los
grandes logros de su país. Hoy sabemos, sin embargo, que no sólo las
cifras oficiales eran exageradas en el sentido de que reflejaban una
economía mucho más sólida que la que realmente existía. También los
datos de las organizaciones internacionales pecaban de optimistas.
La situación real era, en resumen, bastante peor de lo que las
estadísticas críticas reflejaban. La Unión Soviética vivía de este
modo en un mundo irreal, que se derrumbó como un castillo de naipes
tan pronto como se dejó de utilizar la fuerza bruta para reprimir a
los disidentes y se introdujo un mínimo de transparencia en la vida
pública.
No están hoy los rusos, ciertamente, en el mejor de los
mundos posibles. Aunque en los últimos años se ha conseguido un
crecimiento importante, las carencias materiales de gran parte de
sus habitantes son evidentes. Quienes gobernaron el país bajo el
régimen soviético lo siguen haciendo ahora también, en buena medida.
Poco han cambiado las personas, aunque ahora se encuentren en
instituciones de otro tipo. Y aún hay mucho que hacer para que el
país dé el salto adelante hacia la prosperidad. Pero echar de menos
épocas pasadas tan lamentables como los años del estalinismo dice
muy poco en favor de los nostálgicos. Tampoco en Rusia es verdad que
el tiempo pasado fuera mejor.